viernes, 15 de mayo de 2009

Recital de cuentos en Centre Cívic Alcalde Morera (11 / 07 / 2008)


Hoy inauguramos este blog colectivo y esta sección con la crónica del Recital de Cuentos que se realizó en el Centre Cívic Alcalde Morera el 11 de julio de 2008. Los alumnos del curso "Lectura y escritura de relatos cortos" fueron, aunque no todos pudieron estar en tal insigne acto, los siguientes: Montse Rodríguez, Montse Soriano, Montse Castelló, Eva Tudurí, Marta Ribas, Carmen Segura, Isabel Martínez, Olga Ramírez, Elena Clemente, Lluís Torras, Indaleci Peláez, Juanlo Pérez y Javier Sánchez. Todos ellos ayudados, dirigidos y capitaneados por nuestro fantástico profesor Edson Lechuga, cuya foto incluimos al lado de este párrafo.

El texto de la crónica es de Montse Rodríguez y las fotos, de Elena Clemente.


Crónica
periodística

El viernes 11 de julio de 2008 se celebró el temido/ansiado recital de cuentos organizado por el Centro Cívico en cuyas entrañas desarrollamos la actividad de escribir. La chica Anna Andrés, responsable de actividades o similar de dicho equipamiento, se encargó de organizar a los diferentes alumnos para que deleitaran al vecindario exponiendo sus trabajos. Como nosotros escribimos era de cajón que nos tocara leer.

Sabíamos desde hacía tiempo que estaba previsto inmortalizar nuestro talento mediante difusión, tanto escrita como verbalizada, por parte del CC, así que nuestro querido Capitán, Lechu, nos había estado flagelando y presionando para que pariéramos relatos, leerlos y comentarlos entre todos, pulirlos y presentarlos. El agotador ejercicio se llamaba “Relato corto para julio” si no apunté mal. Finalmente, y sin saber hasta poco antes cómo se iba a desarrollar el evento, conseguimos la mayoría de nosotros tener un relato apto para traspasar las fronteras de lo privado y ofrecerse al público.

No sólo teníamos la presión de escribir algo decentito sino que además debíamos leerlo en público. Esta certeza provocó, los días previos al viernes, más de un ataque de pánico escénico al personal. Pero que no se diga. Ya tenemos una edad y los compromisos son los compromisos. Se podrá estar nervioso, se podrá estar con la camisa que no toque el cuerpo, se podrá estar con un gato mordiéndote las tripas, pero si hay que leer, se lee. Y es más, para garantizar un público fiel y la mínima tanda de aplausos, se convoca y se lleva a la parentela cercana y a los amigos incondicionales aunque los mordiscos del gato parezcan de tigre.

La cita era para las 8 de la tarde. Una media hora antes empezamos a aparecer por el conocido Centro Cívico Alcalde Morera. Conforme llegábamos nos quedábamos de una pieza porque en la entrada no se veía asomo de concurrencia afanosa de oír cuentos. Tampoco se deducía en que punto de universo se iba a proceder a dar el recital. Por suerte los primeros que llegaron fueron abriendo camino e indicando a los demás. El lugar elegido era la terraza o azotea del edificio. No olvidemos que la actividad se enmarca en el ciclo “Estiu als Centres Cívics” y por tanto parecía más que oportuno ubicarnos al aire libre. A falta de jardín coquetón la chica Andrés y secuaces habían montado una “terracita de verano” en las cumbres: ocho o diez mesitas de aluminio redondas, con sus dos o tres sillas cada una (tal cual el bar de tapas de la esquina) distribuidas frente a una mesa grande, secuestrada de alguna de las salas de taller, en donde se sentarían los protagonistas de la velada para leer sus obras maestras. Con el objetivo de facilitar la difusión de las voces se había instalado en la mesa un micrófono de tamaño considerable conectado por la inevitable culebrilla del cable a dos grandes altavoces.

Poco a poco se fueron llenando las mesitas gracias a la inestimable ayuda de parientes y amigos: Javier con su mamá, una señora risueña con acento andaluz que nos aplaudió a rabiar; Elena con una amiga suya muy simpática que quedó encantada; Montse S con hermana y amiga que escucharon sin perder una coma, una palabra, un detalle; Olga, con papá y mamá que nos calificaron de talentudos; Isabel con esposo, recuperado por suerte de su pierna enyesada, que nos felicitó vivamente; Indaleci con esposa, guapetona y altísima que escuchó con atención a todos y con arrobo a su marido; yo con mis padres, rescatados del aburrido paseo vespertino para escuchar a la hija leer vete tu a saber qué; Lechu, que vino acompañado de él mismo y de la curiosidad (supongo) por ver cómo se desenvolvían sus polluelos (o pajarracos); Lluís acompañado de su esposa Carme, que nos animaron con su sonrisa desde la última mesa libre y Juanlo que venía acompañado de una corte considerable: padres, concentrados y presurosos, esposa sonriente a la par que vigilante de los vástagos, niño y niña, que trataban de contener la incontenible energía infantil para escuchar a todos sin molestar; y amigos varios que escucharon con entrega total.

Si el recuento no falla éramos unos treinta ejemplares en aquella terraza. Antes de empezar, la chica Anna Andrés hizo una presentación harto “cassolana” del evento, habló del C.C., de las actividades que se hacen, dio las gracias por asistir, felicitó a los valientes alumnos y nos dio paso. Nuestro Gran Capitán tuvo a bien disponer que el orden de lectura fuera chica-chico. Tuve la suerte de ejercer la primera así que mi gato, bastante manso no obstante, se calmó pronto.

Leí el episodio del pulpo por parecerme más adecuado para el ambiente festivo de un viernes noche que la llorera perpetrada semanas atrás para ese fin. Como el episodio es verídico y en el texto se nombraban a mis padres, fui echándoles el ojo encima de vez en cuando a ver qué cara ponían. Un poco indescifrable, la verdad. Por cierto, el micrófono que nos facilitaron necesitaba ser instalado en el gaznate, casi, para que captara la voz. Eso resultaba algo molesto y en algún caso dificultaba la lectura porque los papeles los veías borrosos por tener el aparato incrustado entre los ojos. Y aún así, según mis padres, a veces no se acabó de oír del todo bien. Hay que tener en cuenta no obstante, que su sistema auditivo está bastante mermado por la edad por lo que eso no es una sentencia concluyente.

A continuación leyó Javier su texto “ Soy una idea”, con el que ya nos deleitó en la cena en casa de Carmen. Estuvo divertido, enérgico y bien. Todos los lectores estábamos sentados en hilera tras la mesa del micro. El que leía debía sentarse en la silla central para poderse insertar el micro con comodidad, así que para cada cuento hubo trasiego de sillas y cuerpos. Por supuesto la concurrencia aplaudió con entrega a cada lector.

Después leyó Montse S su relato “El dinar” dejando sobrecogidas a su hermana y a su amiga, o así me pareció a mí. Es un texto lleno de personajes extraños, ya lo sabéis.
Durante toda la lectura estuve en la silla de la izquierda del lector, de cara a la concurrencia, con lo cual tenía el privilegio de oírla perfectamente, de leerla si quería, de observar los tembleques y sudores que los nervios provocaban en los colegas y de mirar al público. Se notaba claramente a los parientes de cada lector en cuestión por la cara de concentración y la mirada de arrobo con que lo miraban. Como dijo Javier, para los padres era como recordar los tiempos en que iban a la escuela a ver a los hijos pequeños en la representación de Navidad o similar. Me pareció a mí ¿eh?¡Que vaya usted a saber que estaría pensando la gente mientras leíamos!.

Después le tocó el turno a Juanlo con su cuento “La piedra” que como sabéis escribió atendiendo una petición de su hija. A mi me pareció que era el que estaba más nervioso de todos. Sus dos niños, en primera fila, no perdieron detalle, fue el único rato en que estuvieron verdaderamente atentos y quietos. Según las noticias posteriores les encantó ver y oír a su papá.

A continuación y sin más preámbulos se sentó Olga ante el micrófono y nos transportó a los oyentes a su mundo lento y suave, de rico colorido e intenso aroma de te y albahaca. A mi, su texto “Una tarde de lluvia” me incita que pararme y a saborear la vida. Sabe a poco. Me imagino tumbada en una hamaca bajo la sombra de árboles acogedores, balanceándome apenas, con los ojos cerrados, y ella leyendo cosas así. Divino.

Enseguida después de eso, hubo un pequeño cambio, en lugar de salir Indaleci al que le tocaba por ser chico, salió Isabel y con voz alta, firme y entonación perfecta nos leyó el cuento “La fulla de color d’or”. La chica iba guapísima como siempre, con un bonito vestido rojo, y eso sirvió para que mis padres, erigidos en críticos de estar por casa, se refirieran a “la chica de rojo” diciendo que les había gustado mucho, que se la entendía muy bien, etc. etc. Esto se comprende si os digo que ellos tienen dificultades con el catalán y que acostumbran a desconectar el audífono mental cuando lo oyen. Esa tarde no fue el caso.

Después, el último, salió Indaleci. El hombre había sufrido un percance con su cuento de ahí que intentase ganar tiempo leyendo tras Isabel. Había impreso el texto mal repitiendo la misma página dos veces. Es decir, que le faltaba una. Aún así, sin cortedad y con desparpajo envidiable el hombre anunció que improvisaría y la verdad es que lo hizo y quedó muy bien su lectura-locución del cuento “En la intimidad”, sobre Clara, la chica que queda ciega.

Aquí hubiera quedado estupendamente el cuento “Cautiva” con que nos debía deleitar Montse C. ¡Que le vamos a hacer! Si no se puede, no se puede.

Durante toda la lectura recibimos atención y aplausos de todos los asistentes cosa que se agradece verdaderamente. Nuestro Lechu no nos quitó ojo de encima. A ver qué comenta cuando toque comentar. Tampoco nos quitó ojo ni el objetivo de su cámara fotográfica Elena, que nos hizo múltiples y variadas fotos con pose experta. Las esperamos con ansia y se agradece enormemente el detalle de la inmortalización para la posteridad.

A esas alturas del día se hicieron las nueve de la noche aproximadamente. De nuevo la chica Andrés tomó la palabra, nos dedicó los consabidos elogios, reiteró los agradecimientos y ofreció a los asistentes, como colofón de la actividad, un piscolabis. Allí mismo, en la terraza, junto a la puerta de salida, habían colocado otro par de mesas secuestradas, las habían cubierto con papel y éste con platitos rellenos de patatitas, ganchitos, y ese tipo de pijaditas. No comí nada así que no sé que había con exactitud. De bebida cocacolas, fantas, agua y tampoco recuerdo más. También nos ofreció copias de los cuentos recopilados, repasados y enviados por Capitán Lechu. En el CC los habían impreso y grapado. Yo, ingenua de mí, esperaba algo más elaborado, pero bueno está ya. Por cierto, no llegué a quedarme ninguna copia. Ya os mendigaré alguna.

Por allí estuvimos revoloteando durante media hora o más, comentándonos unos a otros los detalles, recibiendo felicitaciones más directas de la parentela, presentándonos a los respectivos, etc. Y unos antes que otros, emprendimos veloz retirada cada uno a sus aposentos. El chico Guillem, éste que siempre aparece con cara y gestos de prisa a echarnos de la clase, corría de un lado a otro recogiendo lo que podía con la pretensión, supongo yo, de no plegar más allá de su horario marcado.

Por último, cerca de las diez de la noche, tras abrazos, besos y deseos de feliz verano, nos despedimos todos. Lechu fue llevado a la estación muerto de la prisa porque perdía el tren y allí mismo dijimos que era una pena que no hubieran podido venir los compañeros que faltaban: Marta, Eva, Montse C y Carmen. Que se les echaba de menos y que eso no se podía dejar así. Que habría que organizar alguna nueva… y en eso estamos.

Reportaje fotográfico

Alumnos del cursillo (Lluís, Montse S, Isabel, Indaleci, Javier, Juanlo, Montse R, Edson ("capitán literario"), Elena y Olga:


Alumnos que leyeron su texto:


Montse R, Olga e Isabel:


Indaleci, Juanlo y Montse S:


Javier, Olga e Isabel:


Hasta la próxima.